miércoles, 28 de septiembre de 2011

Colmaste de alegría muchos corazones


Por Diana Zepeda

PARA: Mis queridos tíos que se han marchado

Colmaste de alegría
muchos corazones,
tu singular simpatía
conquistó grandes amores.

Colmaste de alegría
muchos corazones,
fuiste grata compañía,
el mejor de los mejores.

Colmaste de alegría
muchos corazones,
vivías en armonía
entonando alegres canciones.

Colmaste de alegría
tantos corazones,
este triste día
te vas causando dolores.

Colmaste de alegría
los tiernos corazones
de quienes tu más querías,
cabecitas llenas de ilusiones.

Colmaste de alegría
sus cortas vidas,
de besos y calor
sus suaves mejillas.

De corazón amaste
y te quisieron tanto,
un día rieron a tu lado
ahora secan su llanto.

Descansa tranquilo
duerme eternamente,
seguro de que tu recuerdo
perdurará por siempre.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

BUENA O MALA MUJER


Por Diana Zepeda


Alguna vez me creí
una buena y santa mujer,
por guardar las apariencias
y comportarme a la altura,
tal como debía ser.
Pocas veces lloraba
para no verme fea.
Sollozaba en la almohada
enterrando la cara,
que nadie pudiera oír o mirar.
Creí que era buena
cuando reprimí el enojo
y la molestia callaba,
dios no permitiera
que una mala palabra
de mi santa boca
inmaculada, proviniera.
Me creía una santa
por bajar la mirada
ante el muchacho guapo,
esperando sentada
que mis sueños adivinara.
Una y otra vez
por creerme tan santa,
al guapo me ganaban
las que para mi eran malas.

miércoles, 6 de julio de 2011

DESPECHO


Por Juana De Ibarbourou


¡Ah, que estoy cansada! Me he reído tanto,
tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
tanto, que este rictus que contrae mi boca
es un rastro extraño de mi risa loca.

Tanto, que esta intensa palidez que tengo
(como en los retratos de viejo abolengo),
es por la fatiga de la loca risa
que en todos mis nervios su sopor desliza.

¡Ah, que estoy cansada! Déjame que duerma,
pues como la angustia, la alegría enferma.
¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!
¿Cuándo más alegre que ahora me viste?

¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,
ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos.
Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,
es por el esfuerzo de reírme tanto…

miércoles, 22 de junio de 2011

A COLOR



Por Diana Zepeda


Toda mujer sabe
que los tonos oscuros denotan elegancia
aun así, prefiero el fucsia y el naranja.

Dicen las abuelas:
"usar vestido rojo, es atrevido e insinuante"
más yo creo que la seducción... es todo un arte.

Un día de lluvia
más que infortunio es un pretexto, una oportunidad
para aquel colorido impermeable, descolgar.

Estando nublado el cielo
se me ocurre que el gris sombrío y desolado,
combinaría perfecto con mi labial rosado.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Volverán las oscuras golondrínas



Gustavo Adolfo Becquer

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales,
jugando llamarán;

pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
esas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aun mas hermosas,
sus flores abrirán;

pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
esas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará;

pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate,
¡así no te querrán!

miércoles, 13 de abril de 2011

TUS OJOS


Por Diana Zepeda
Para Rogelio Camacho con amor


Son tus ojos
un par de estrellas,
brillantes luceros
en las noches negras.

Son faroles encendidos
en una calle desolada.
Son mi mayor motivo
para estar enamorada.

Son tus ojos una rima,
un verso, una canción,
una fuerza que reanima...
mi mayor inspiración.

miércoles, 2 de marzo de 2011

TU RECUERDO


Por Diana Zepeda


Deseo algún día
llegar muy lejos,
volar tan alto
como en mis sueños.

Conseguir una estrella
alcanzar el cielo,
danzar sobre las nubes
de suave terciopelo.

Deseo no esperar
que estés ahí,
sintiendo un poco
de admiración por mí.

Que tu recuerdo
no calle mi canto,
y el brillo en mis ojos
no se convierta en llanto.

Deseo que tu perdida alma
y tu espíritu andariego
de vagar en soledad se hastíen,
y al final encuentren sosiego.

Antes de cerrar el cofre
donde duermen mis anhelos,
quiero decir mi ultimo deseo;
que tu recuerdo no rompa mis sueños.

miércoles, 2 de febrero de 2011

A Una Ramera


Por Antonio Plaza

I
Mujer preciosa para el bien nacida,
mujer preciosa por mi mal hallada,
perla del solio del Señor caída
y en albañal inmundo sepultada;
cándida rosa en el Edén crecida
y por manos infames deshojada;
cisne de cuello alabastrino y blando
en indecente bacanal cantando.

II
Objeto vil de mi pasión sublime,
ramera infame a quien el alma adora.
¿Por qué ese Dios ha colocado, dime
el candor en tu faz engañadora?
¿Por qué el reflejo de su gloria imprime
en tu dulce mirar? ¿Por qué atesora
hechizos mil en tu redondo seno,
si hay en tu corazón lodo y veneno?

III
Copa de bendición de llanto llena,
do el crimen su ponzoña ha derramado;
ángel que el cielo abandonó sin pena,
y en brazos del demonio ha entregado;
mujer más pura que la luz serena,
más negra que la sombra del pecado,
oye y perdona si al cantarte lloro;
porque, ángel o demonio, yo te adoro.

IV
Por la senda del mundo yo vagaba
indiferente en medio de los seres;
de la virtud y el vicio me burlaba,
me reí del amor, de las mujeres,
que amar a una mujer nunca pensaba;
y hastiado de pesares y placeres
siempre vivió con el amor en guerra
mi ya gastado corazón de tierra.

V
Pero te ví… te ví… ¡Maldita hora
en que te ví, mujer! Dejaste herida
a mi alma que te adora, como adora
el alma que de llanto está nutrida;
horrible sufrimiento me devora,
que hiciste la desgracia de mi vida.
Mas dolor tan inmenso, tan profundo,
no lo cambio, mujer, por todo el mundo.

VI
¿Eres demonio que arrojó el infierno
para abrirme una herida mal cerrada?
¿Eres un ángel que mandó el Eterno
a velar mi existencia infortunada?
¿Este amor tan ardiente, tan interno,
me enaltece, mujer, o me degrada?
No lo sé… no lo sé… yo pierdo el juicio.
¿Eres el vicio tú? … ¡adoro el vicio!

VII
¡Ámame tú también! Seré tu esclavo,
tu pobre perro que doquier te siga;
seré feliz si con mi sangre lavo
tu huella, aunque al seguirte me persiga
ridículo y deshonra; al cabo… al cabo,
nada me importa lo que el mundo diga.
Nada me importa tu manchada historia
si a través de tus ojos veo la gloria.

VIII
Yo mendigo, mujer, y tú ramera,
descalzos por el mundo marcharemos;
que el mundo nos desprecie cuando quiera,
en nuestro amor un mundo encontraremos.
Y si, horrible miseria nos espera,
ni de un rey por el otro la daremos;
que cubiertos de andrajos asquerosos,
dos corazones latirán dichosos.

IX
Un calvario maldito hallé en la vida
en el que mis creencias expiraron,
y al abrirme los hombres una herida,
de odio profundo el alma me llenaron.
Por eso el alma de rencor henchida
odia lo que ellos aman, lo que amaron,
y a ti sola, mujer, a ti yo entrego
todo ese amor que a los mortales niego.

X
Porque nací, mujer, para adorarte
y la vida sin ti me es fastidiosa,
que mi único placer es contemplarte,
aunque tú halles mi pasión odiosa,
yo, nunca, nunca, dejaré de amarte.
Ojalá que tuviera alguna cosa
más que la vida y el honor, más cara
y por ti sin violencia la inmolara.

XI
Sólo tengo una madre. ¡me ama tanto!
sus pechos mi niñez alimentaron,
y mi sed apagó su tierno llanto,
y sus vigilias hombre me formaron.
A ese ángel para mí tan santo,
última fe de creencias que pasaron,
a ese ángel de bondad, ¡quién lo creyera!,
olvido por tu amor… ¡loca ramera!

XII
Sé que tu amor no me dará placeres,
sé que burlas mis grandes sacrificios.
Eres tú la más vil de las mujeres;
conozco tu maldad, tus artificios.
Pero te amo, mujer, te amo como eres;
amo tu perversión, amo tus vicios,
y aunque maldigo el fuego en que me inflamo,
mientras más vil te encuentro, más te amo.

XIII
Quiero besar tu planta a cada instante,
morir contigo de placer beodo;
porque es tuya mi mente delirante,
y tuyo es ¡ay! mi corazón de lodo.
Yo que soy en amores inconstante,
hoy me siento por ti capaz de todo.
Por ti será mi corazón do imperas,
virtuoso, criminal, lo que tú quieras.

XIV
Yo me siento con fuerza muy sobrada,
y hasta un niño me vence sin empeño.
¿Soy águila que duerme encadenada,
o vil gusano que titán me sueño?
Yo no sé si soy mucho, o si soy nada;
si soy átomo grande o dios pequeño;
pero gusano o dios, débil o fuerte,
sólo sé que soy tuyo hasta la muerte.

XV
No me importa lo que eres, lo que has sido,
porque en vez de razón para juzgarte,
yo sólo tengo de ternura henchido
gigante corazón para adorarte.
Seré tu redención, seré tu olvido,
y de ese fango vil vendré a sacarte;
que si los vicios en tu ser se imprimen
mi pasión es más grande que tu crimen.

XVI
Es tu amor nada más lo que ambiciono,
con tu imagen soñando me desvelo;
de tu voz con el eco me emociono,
y por darte la dicha que yo anhelo
si fuera rey, te regalara un trono;
si fuera Dios, te regalara un cielo.
Y si Dios de ese Dios tan grande fuera,
me arrojara a tus plantas, vil ramera.

miércoles, 26 de enero de 2011

MARIPOSA


Por Diana Zepeda


Caminaba lenta y sigilosa
al recorrer los jardines
la frágil mariposa.

Alguna vez se atrevió a volar,
levantó sus blancas alas
y por el viento se dejó llevar.

Rió a carcajadas,
dio mil volteretas
tocó las nubes esponjadas.

Un día, el aire se volvió espeso
la mariposa tembló y calló al suelo,
Como si de plomo fuera su peso.

Algo extraño ocurría
el cielo parecía más alto
y ninguna de sus alas respondía.

Las demás continuaron su camino,
alegres danzaban en el viento
solo ella en tierra, andaba sin tino.

Intentó en silencio cada día
detrás de las flores escondida,
bajo el ardiente sol del medio día.

Lloraba en secreto su pena,
en el interior de su alma, moría.
Frente a todos, feliz y serena.

Las otras la incitaban a volar
aleteaban sonrientes ante sus ojos,
Mariposa bajaba la mirada, sufría su pesar.

Lejos de comprender, la juzgaron:
- tan solo es una cobarde -dijeron,
y su corazón ya herido, lastimaron.

Otros, de sus alas débiles hablaban,
no es como el resto, pobre pequeña,
su cuerpo estrecho se llevará el viento.

Durante años recorrió la vida
con más trabajo que las otras,
a veces tan contenta, otras deprimida.

Finalmente alguien comprendió,
y con sabias palabras la caída le explicó.
Mariposa aliviada, mil lágrimas lloró.

Hoy sabe que el viento jamás cesará
la corriente en ocasiones será tan fuerte
que más de una vez, la desequilibrará.

Ese par de pequeñas alas blanquecinas
cuyo brillo destellante no se puede ocultar,
son aquéllas que recibió por ordenes divinas.

Quizá algún día se aventure
y en amplio vuelo recorra el cielo,
quizá tarde un poco más o tal vez se apresure.

miércoles, 5 de enero de 2011

EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS


(Miguel Ramos Carrión)

Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.

Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.

Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...